MARIA

A la María del pasado le diría: lo mejor que te puede pasar es ser tú misma.

Traducción de Elio Verdú.

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Fue una decisión tremendamente tonta, pero acepté.

“Desde que era un bebé, he tenido problemas con la comida. No me agarraba al pecho y mi madre intentó todo lo posible para que comiera, pero no lo consiguió. Al cabo de unos años, sin razón aparente, empecé a cogerle el gusto a la comida y comía compulsivamente. Gané mucho peso y, por lo tanto, era una niña bastante más grande que la media para la edad que tenía. Así que mi madre buscó un nutricionista y empecé mi primera dieta a los 7 años.

Siempre he sufrido bullying en el colegio por mi físico. Por las mañanas o después del almuerzo, los niños (casi simpre eran chicos) formaban un círculo rodeándome o hacían fila por los pasillos mientras me insultaban y se reían de mí. Recuerdo que un día, un grupo de chicas me robaron un par de cosas de la mochila y me las tiraron sin ninguna razón. Siempre he sido una niña muy sensible y me lo he tomado todo muy a pecho, pero tampoco merecía lo que me estaban haciendo. Cuando llegué a casa empecé a vomitar de la frustación y me puse a llorar.

No todo era malo tampoco. Tenía mi grupo de amigas y me lo pasaba bien con ellas. Además, a veces me juntaba con una chica que era más mayor que yo y vivía en la ciudad, algo que me entusiasmaba y, una parte de mí, la admiraba. Además, físicamente siempre hemos ido a la par, las dos éramos grandes, nos gustaba comer y, en ese sentido, me sentía apoyada y comprendida. Sin embargo, cuando empezamos la adolescencia perdió mucho peso y empezó a obsesionarse con su cuerpo. Intentaba convencerme para seguir sus pasos y me decía lo increíble que era estar delgada. Un día llegó con una caja de pastillas para adelgazar y me propuso tomarlas juntas. En aquel momento no era consciente de lo que significaba y tampoco le di más importancia porque, al fin y al cabo, confiaba en ella. Fue una decisión tremendamente tonta, pero acepté.”

La gota que colmó el vaso y desencadenó la bulimia.

“Cuando tenía 15 años, empecé a salir con un chico y acabó convirtiéndose en una relación muy tóxica. Sinceramente, no recuerdo si alguna vez me dijo algo directamente, pero sus amigos comentaban mucho sobre mi cuerpo. Por eso, sabía que se avergonzaba de mí y siempre comentaba lo delgadas que estaban otras chicas. Fue, sin duda, la gota que colmó el vaso y desencadenó la bulimia. Empecé a purgarme después de comer cuando tenía un mal día, pero pronto se convirtió en un hábito diario. Nadie sabía nada, nunca hablé sobre el tema y, en cierto modo, era mi pequeño gran secreto.

Durante ese tiempo, una de mis amigas del instituto estaba en tratamiento psicológico por anorexia y bulimia nervosa. La verdad es que era bastante abierta respecto al tema y me contaba cosas con mucha naturalidad. Creo que eso me hizo sentir más cómoda a la hora de preguntarle dudas porque también me contaba sus sesiones con el psicólogo y sabía de lo que hablaban. Poco a poco me di cuenta de que me sentía identificada con lo que contaba porque yo estaba viviendo algo parecido. Fue probablemente una de las primeras veces que no me sentí sola.

Sin embargo, lo que me estaba pasando no era totalmente igual que su experiencia. Tenía comportamientos y pensamientos similares, pero tampoco me identificaba con todo. Yo ya llevaba mucho tiempo atrás obsesionada con la comida y por diferentes razones. Perdía y ganaba peso muy rápido de manera aleatoria, y pocas veces eran cambios drásticos o muy notables. No tenía un patrón de comportamiento muy marcado, o al menos, no era consciente en ese momento. Lo único que sabía era que la diferencia entre anorexia y bulimia era no querer comer o purgarse después de un atracón, respectivamente. Pero yo hacía ambas cosas, y no siempre en el mismo orden o en un mismo día. Muchas veces me pegaba atracones a mitad de noche e iba a la cocina sin que nadie se enterara, o me escondía comida; pero también restringía comida durante una temporada o tomaba pastillas. Era muy fácil mantenerlo sin que nadie se enterara porque físicamente estaba “normal”. Por suerte, mi madre y mi abuela, con quienes comía habitualmente, se percataron de que algo iba mal porque me tiraba horas en el baño después de cada comida. Intentaron hablar sobre el tema y entender qué pasaba, pero yo cada vez estaba más encerrada en mí misma y aislada.”

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Los trastornos alimentarios no se ven desde fuera, se llevan por dentro.

“Dejé de purgarme por el dolor físico que me generaba. Me dolía el cuerpo, el estómago y siempre me encontraba mal. No soportaba el dolor y tuve que parar. Además, sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien y me hacía sentir mal conmigo misma. Nunca me han diagnosticado un TCA ni he recibido tratamiento. Por eso tuve que apañarmélas como pude y sacar fuerzas para luchar. Empecé a investigar, leer artículos, ver programas de televisión que hablaban sobre el tema e intentar hablar de ello con quien podía. GenPlayz y Eso no se pregunta me han ayudado mucho a comprender qué son los TCAs desde una visión más comprensiva derribando el estigma. Ahora sé que sin duda tuve bulimia, síndrome por atracón y patrones de comportamiento propios de otros trastornos alimenticios como Anorexia.

En este camino de autoconsciencia y aceptación, conocí a mi actual novio, quién me ha ayudado muchísimo gracias a su apoyo y honestidad. Al principio de la relación me dijo: ‘Yo no te puedo querer si no te quieres primero a ti misma.’ Él me ha enseñado a quererme tal y como soy. Pero también es muy importante que la propia persona acepte su situación para dejar que te ayuden. Mi experiencia solo se la he contado a unas 4 personas, a parte de mi madre. No tengo ningún problema en contarlo y hablar de ello abiertamente, pero tampoco nadie me ha preguntado. Por una parte lo entiendo porque los trastornos alimentarios no se ven desde fuera, se llevan por dentro. Y yo, desde fuera, nunca he encajado en el estereotipo que se tiene de los TCA, generalmente, de anorexia.

El proceso de recuperación es un largo viaje a través de tus inseguridades y tus miedos

“Sé que a día de hoy no estoy recuperada, pero soy totalmente consciente de mi situación. Estoy trabajando en mi autoestima y mi relación con la comida. Es un proceso de aprendizaje a no sentirme culpable después de comer ciertos alimentos, lo que me podría llevar a empezar una dieta restrictiva. Quiero salir, quedar con mis amigos e ir a comer por ahí sin estar pensando en las consecuencias. Cada día es un pequeño logro; lo sé porque mi vida no está controlada por la comida o por mis acciones aunque siga teniendo pensamientos intrusivos en ocasiones. Hace muchos años que no me purgo, que no me privo de comer y por eso puedo disfrutar.

Todavía me miro en cualquier espejo o en los reflejos por la calle. No sé si la recuperación total es posible, pero estoy en ello. Tengo miedo de no poder recuperarme del todo porque me parece muy fácil recaer. He recaído muchísimas veces, no por querer ser de una manera o querer cambiar, sino cuando tengo días malos, estoy pasando por un momento complicado o estoy agobiada. En esos momentos es cuando más cuidado tengo que tener y más fuerza de voluntad pongo para no utilizar la comida como un mecanismo de gestión emocional. El proceso de recuperación es un largo viaje a través de tus inseguridades y tus miedos; basicámente, es entenderse y aceptarse. A veces no pienso en nada; otras, sólo quiero comer sin parar o dejar de comer, y es entonces cuando me repito sin descanso que tengo que seguir luchando.”


He deseado durante mucho tiempo estar delgada, tener otro cuerpo y ser otra persona

“Yo soy la única persona que me puede hacer daño. Mi mente es el arma más peligrosa y valiosa que tengo. Esa también es la peor parte de los trastornos de la conducta alimentaria, porque la persona que menos te gusta eres tú. He deseado durante mucho tiempo estar delgada, tener otro cuerpo, ser otra persona... que ya no importa cuando la gente me hace un cumplido sobre mi físico. Obviamente lo aprecio, pero por otra parte pienso ¿y qué? Mi peso no determina mi valor. Creo que la razón de que mucha gente tenga una mala relación con su cuerpo es porque su objetivo no es quererlo y aceptarlo, sino someterlo y sacrificarlo para que guste a los demás. A todos nos importa el que dirán, y queremos dar buena imagen, pero la pregunta es ¿dónde está el límite? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

Es imprescindible ser crítico para desaprender lo que nos han enseñado. Hemos normalizado comportamientos tóxicos porque hemos crecido con mujeres guapísimas y delgadas como referentes. Afortunadamente las redes sociales han ayudado a deconstruir un modelo de belleza que no se corresponde con la realidad. Instagram refuerza el status quo pero también cuestiona los estándares de belleza y la diet culture. Eso sí, no es fácil encontrar a las personas adecuadas que contribuyen a que haya más diversidad transformando el estereotipo femenino en uno más realista. Además, mucha gente está harta de tanto postureo y es más transparente a la hora de hablar de sus problemas, hecho que me recuerda que no estoy sola y que todo el mundo tienen sus historias.

Valoro muchísimo la autenticidad. Descubrirse para poder quererse es fundamental para no perder tu esencia. A la María del pasado le diría: ‘Lo mejor que te puede pasar es ser tú misma’.

 
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