CARLA

Me hubiera gustado que alguien me dijera que no era mi culpa. El problema no era yo, el problema es la Anorexia.

Carla x ED project.jpg

En dos meses, restringí tantos alimentos y comidas, que prácticamente dejé de comer.

“Siempre he sido una persona perfeccionista y autoexigente. Quería ser la mejor en todo lo que hacía y eso implicaba tomarme muy enserio las extraescolares, como gimnasia rítmica. Me encantaba hacer deporte porque me hacía sentirme bien. A los 17 años tuve que dejarlo para poder seguir estudiando bachiller y preparme selectividad. El cambio me sentó fatal. Notaba que me faltba algo y echaba de menos los entrenamientos, la rutina, las competiciones y todo lo que me daba la rítmica. Fue un periodo en el que reflexioné mucho sobre mi vida y llegué a la conclusión de que en lo único que no era perfecta era en tener un cuerpo bonito. Sinceramente, nunca me he visto gorda o me ha importado mi físico, de hecho, me sentía bien con mi cuerpo. Pero obviamente era consciente de que no encajaba en el estándar de belleza y no tenía el cuerpo que ‘debía’ tener. Así que empecé a controlarlo.

Recuerdo perfectamente el momento en el que empezó todo. Había acabado de ver Hasta los huesos, una peli sobre una chica con anorexia que era hospitalizada. Así que pensé: si ella ha dejado de comer, yo también puedo. Me consideraba una persona fuerte, con suficiente fuerza de voluntad y capaz de comer menos manteniendo todo bajo control. Lo veía como un reto emocionante así que al día siguiente me salté la cena. En dos meses, restringí tantos alimentos y comidas, que prácticamente dejé de comer. El centro de mi vida se convirtió en contar calorías y planificar cómo las quemaría en el gimnasio.”   

Me trataron como a una persona enferma incapaz de recuperarse.

En mi familia siempre hemos comido todos juntos. Mi madre enseguida se dio cuenta de que estaba comiendo menos y casi siempre lo justificaba con que no tenía hambre o estaba estresada por los exámenes. Casi dos meses después, decidió llevarme al médico para poner una solución a la situación. Me mandaron unos análisis que salieron bien, y el médico simplemente dijo que era una fase por la que todas las adolescentes pasan. El pelo se me empezó a caer, perdí la menstruación y siempre tenía frío. Mi madre sabía que yo estaba mal y quiso llevarme otra vez al médico dos semanas más tarde. Esta vez, los resultados salieron disparados e indicaron que estaba malnutrida. El médico me dio un “periodo de prueba” en el que verían si mejoraba. Una vez a la semana iba a ver a una enfermera que chequeaba el registro de comidas que yo misma apuntaba en una libreta. Al mismo tiempo, tuve unas 4 sesiones en total con un psiquiatra.

Fui aceptada para recibir tratamiento profesional, pero no funcionó. Nunca me preguntaron por mis problemas, mis pensamientos o emociones. En vez de apoyo, era un castigo. Si no seguía las reglas, si no ganaba peso, me obligarían a tomar medicación. Me trataron como a una persona enferma incapaz de recuperarse; el médico estaba esperando a que empeorara para poder recetarme anti-depresivos. Yo restringía la comida pero el médico restringió todo lo demás en mi vida. Me perdí muchísimos planes, cumpleaños de los 18 y, prácticamente, cualquier plan en el que hubiera comida. Cada vez estaba más aislada y deprimida.”

Screenshot_20210224-151418_Messenger.jpg

No me recuperé porque recibí “tratamiento” público, me recuperé gracias a mi madre.

En la 4a consulta que tuve con el psiquiatra, me dijo que la semana siguiente empezaría ya con los antidepresivos. Me quedé paralizada. Cuando salimos, empecé a llorar como si no hubiera un mañana y le dije a mi madre: ‘Tengo miedo, me quiero recuperar pero no quiero engordar. Por favor, ayúdame a acabar con esto’

Así fue como empezó el proceso de recuperación. Al día siguiente mi madre y yo fuimos a hacer la compra y juntas organizamos las comidas introduciendo poco a poco más alimentos en mi dieta. No me recuperé porque recibí “tratamiento” público, me recuperé gracias a mi madre. Ella me quiso escuchar siendo paciente y dándome la esperanza que necesitaba para luchar. Respetó mis tiempos, se sentaba a comer conmigo y me acompañó durante todo el proceso. Fue duro y pasó mucho tiempo hasta que volví a comer sin miedo y disfrutando la comida.

Hablar sobre salud mental no es un factor de riesgo, es un acto de prevención.

El acceso público al tratamiento de los TCA no funciona, al menos en España. La familia es la gran olvidada y no se tiene en cuenta en la recuperación. Los padres, familiares, personas cercanas... deben tenerse en cuenta y recibir tratamiento a la vez que la persona que lo está sufriendo. Las enfermedades mentales no son fenómenos aislados, sino que deben ser entendidos en su contexto.

Estamos tan acostumbrados a ver una sóla representación estigmatizada de qué tipo de personas pueden sufrir un TCA que cuando hablo de Anorexia, todo el mundo se imagina la misma chica con una historia parecida a lo que han escuchado. El debate entorno TCAs o animar a hablar sobre salud mental no es un factor de riesgo, es un acto de prevención. Además, hablar sobre TCAs lleva a crear un espacio donde la gente no se siente juzgada y puede pedir ayuda sin avergonzarse por ello. 

Mi consejo para quiénes estén preocupados por un ser querido es no mencionar bajo ningún concepto el trastorno o evitar cualquier comentario tipo “creo que estás enfermo/a, tienes mala cara, has perdido mucho peso...” . Tenemos que olvidarnos del cuerpo y del físico y debemos empezar a preocuparnos por cómo la persona se siente realmente. Yo personalmente preguntaría sobre cómo se encuentran, creando un espacio seguro donde nos podamos sentir cómodos/as hablando sobre el tema.

Todavía estoy aprendiendo a ser consciente de que mi talla no determina mi valor.

Me hubiera gustado que alguien me dijera que no era mi culpa. El sentimiento de culpabilidad y vergüenza me llevó a quitarle importancia y seguir evitando el problema porque pensaba que podría acabarlo cuando quisiera. Me mentí a mí misma para poder soportar el dolor y acabó haciéndome aún más daño. Pensaba que no merecía tener ayuda.

El tiempo me ha enseñado a comprender que no dependía de mí. El problema no era yo, el problema es la Anorexia. Por esta razón, me parece fundamental tener acceso a un tratamiento con profesionales especializados. Yo creo que nunca me recuperaré del todo, simplemente estoy aprendiendo a vivir con ello. Los momentos en los que tengo que ir con más cuidado son las semanas después de Navidad, Pascua y las vacaciones de verano. Todavía estoy aprendiendo a aceptar mis sentimientos y a ser consciente de que mi talla no determina mi valor. La cuarentena ha sido un periodo complicado porque cuando volvimos a salir, sólo pensaba en cómo me verían los demás después de tanto tiempo. Empecé a obsesionarme otra vez con la ropa, las opiniones ajenas y si se darían cuenta de que había ganado peso. Entré en un bucle peligroso donde tuve pensamientos que me recordaron a los peores momentos y decidí buscar ayuda con una nutricionista. No sé si es la mejor manera, pero seguro, mejor que las soluciones que puedo encontrar por mi misma. Acudir a un profesional me recordó que perder peso o estar delgada no significa morirse de hambre.

Me encanta la comida y disfruto comiendo. Pero no tengo la fuerza suficiente como para subirme encima de una báscula. La mejor terapia, en mi caso, es hablar con otras personas, tener conversaciones sobre el tema y seguir a gente en Instagram que habla sobre la realidad detrás de las fotos. Más diversidad, inclusión y realidad es lo que necesitamos para liberarnos de nosotros mismos y aceptar quiénes somos.

Screenshot_20210224-153334_Messenger.jpg